“El feminismo me cagó la vida, ningún lugar volvió a ser habitable
como antes. / Yo no quiero cambiar el mundo, quiero destruirlo y hacer
otro de nuevo, aspiro a esa libertad que todavía no conocemos. / El
feminismo me cagó con la vida y se lo agradezco, en realidad, lo único
que perdí fue el miedo"
Lo que acaban de leer es parte de un vídeo
que describe la experiencia de una mujer feminista. Así, creo, nos
hemos sentido todas las personas que nos pensamos feministas. Al feminismo no llegas, él te llega, te atrapa y no puedes escapar.
Empiezas a darte cuenta de aquello que te rodea: lo que siempre te
había parecido normal empieza a ser incoherente con los nuevos
planteamientos a los que te enfrentas.A mí me pasó lo mismo. Primero con
el feminismo. Empecé a cuestionarme todas mis relaciones. Me cuestioné
hasta las canciones que escuchaba. Y ahora empieza a ocurrirme algo
similar con el ecofeminismo. Yo, que siempre me he definido como una
persona urbanita, siento la necesidad de volver a la tierra, de sentir
la tierra con mis manos.
Sentir. En su más primitivo
significado etimológico, quiere decir tomar una decisión orientada por
los sentidos. El ser humano necesita sentir. Necesita emocionarse, salir
de su estado habitual. Es por eso que los movimientos sociales
de hoy en día no suelen llegar a la gente con la suficiente fuerza. Nos
hemos acostumbrado a esperar que las personas entiendan nuestras
intrincadas teorías conspiranoides de la economía, sin darnos cuenta de
que empezábamos a jugar en el mismo terreno, con las mismas armas con
las que nos ataca el capitalismo patriarcal, la falta de empatía y de
sentimiento.
Ernesto “Che” Guevara ya nos lo aconsejó: Sean
capaces de sentir en lo más profundo cualquier injusticia, cometida
contra cualquiera, en cualquier parte del mundo, pues es la cualidad más
linda de un revolucionario. Así mismo, Emma Goldman fue más tajante: Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa.
Tanto el patriarcado como el capitalismo
han desterrado los sentimientos y las emociones del tablero de juego.
El patriarcado los ha invisibilizado (a los sentimientos)
convirtiéndolos en algo propio de las mujeres,
esos seres inferiores y débiles, de los que no merece la pena ocuparse
sino es para que cumplan con sus tareas reproductoras y de los cuidados.
El capitalismo directamente los ha omitido de su análisis de la
sociedad, el ser humano no es sino una herramienta más de producción y
consumo.
Ésta es la razón por la que la gente
necesita conectar con sus afectos. Sentir, emocionarse. Que la saquen de
su rutina diaria de máquina hacedora de dinero, de máquina de consumo.
La gente necesita que le devuelvan la humanidad. El movimiento 15M lo
consiguió, por unos meses creíamos que habíamos despertado y comprendido
la realidad en la que estábamos inmersos/as. Pero al final este
movimiento sucumbió en la misma lógica que el resto de movimientos
sociales que nos rodean: reuniones, comités, plataformas, charlas
repetidas hasta la saciedad. El movimiento 15M perdió la humanidad y,
con ella, la capacidad de llegar a la ciudadanía. Sólo hay una
plataforma que sobrevive consciente de su realidad: la PAH-Stop
Desahucios, porque trabajan desde las familias y para las familias.
Sacan a la calle la vida misma, la vida como subsistencia. Nos enfrentan
a ella y nos conmueven. La emoción, el sentimiento: la empatía. Es la
empatía, la precursora de la solidaridad, la que nos moviliza.
Y es ahí donde puede jugar un papel importante el ecofeminismo crítico. El análisis ecofeminista de la economía, con la vida en el centro,
revalorizando los cuidados y los afectos, puede ayudarnos a entender
mejor a aquellas personas a las que nos pasamos la vida intentando
llegar, creyendo que con nuestras charlas y conceptos vamos a
despertarlas del sopor en el que han caído a causa de este sistema
embaucador y egoísta. Puede ayudarnos a empatizar con esas personas que
no entienden, de primeras, eso de la clase obrera, del socialismo o del
feminismo. Y digo bien cuando digo de primeras, porque no es que sean
tontas o incapaces de comprender aquello de lo que hablamos. Es que ya
tienen suficiente en lo que pensar día a día para sacar adelante a sus
familias, para sobrevivir. Pero escuchan, ponen atención cuando algo les
llega a las entrañas y en un segundo se ven capaces de sentir algo que
va más allá de su propia angustia existencial.
Sí, reivindico desde esta humilde posición la pedagogía popular de los afectos, de las emociones y de los sentimientos.
Sin una revolución de los sentidos, que nos haga soñar más allá de la
rutina economicista en la que estamos inmersas las personas, incluso
aquellas que somos activistas en diversos movimientos sociales, sin una
revolución afectiva y emocional, no habrá revolución que transforme el
mundo. Estaremos ante otro sistema económico, pero será un sistema igual
a éste, un sistema en el que habrá individuos/as y la solidaridad
brille por su ausencia.
Pero para que todo esto funcione,
nosotros/as también necesitamos sentir, tomar decisiones guiadas por
nuestros sentidos y no por nuestra rutina. Necesitamos emocionarnos, que
algo cambie nuestro rumbo y nos haga seguir avanzando. Sólo así
podremos empatizar, llegar a quienes aún no hemos llegado a pesar de
todos nuestros esfuerzos, solidarizarnos de verdad.
Cuiden los afectos, los sentimientos, emociónense. Así serán verdaderos/as revolucionarios/as, y no meras máquinas de fabricar conceptos.
Abrazos verdes y lilas, no se olviden de repartirlos por ahí.
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