10 sept 2014

Ecofeminismo: una historia de encuentros y desencuentros entre el feminismo y el ecologismo

 
En las últimas décadas, el creciente deterioro ambiental derivado del modelo de producción  y consumo capitalista vigente ha motivado la incorporación de este tema a la agenda de los diferentes movimientos sociales y organizaciones de cooperación internacional para el desarrollo. Resultaba inevitable que tarde o temprano se planteara su interacción con otra de las cuestiones centrales para evaluar el desarrollo: la desigualdad de género. El ecofeminismo surge, de esta manera, como un diálogo entre el ecologismo y el feminismo, tal como cuentan las autoras Bosh, Carrasco y Brau en su artículo “Verde que te quiero violeta. Encuentros y desencuentros entre feminismo y ecologismo”.

Aunque existen zonas fronterizas entre las diferentes corrientes ecofeministas, a efectos expositivos pueden agregarse en dos enfoques: uno que emana de los movimientos sociales y de las vivencias, esencialista; y otro que surge desde el ámbito académico, llamado constructivista.

Es necesario reseñar que el concepto de ecofeminismo fue enunciado por primera vez en 1974 por Françoise d’Eaubonne. D'Eaubonne sostiene que es la sociedad patriarcal la que ha conducido a la crisis ecológica; alcanzando ésta dimensiones globales con el capitalismo como último estadio del patriarcado (así lo relata Alicia Puleo en su libro “Ecofeminismo para otro mundo posible”). A partir de este planteamiento, señala a las mujeres como potencial revolucionario para construir una sociedad igualitaria y convivial entre las personas, y entre éstas y la naturaleza.
Los principios básicos de su pensamiento se recogen, en mayor o menor medida, en todos los enfoques del ecofeminismo, de ahí su importancia. De manera resumida, estos principios tienen como referencia el pensamiento anarquista, ya que esta corriente había abordado temas que el marxismo ortodoxo de la época rechazaba como desviaciones pequeñoburguesas, como el ecologismo y el feminismo. En concreto, fundamenta su propuesta en el apoyo mutuo de Kropotkin, que criticaba el productivismo y promulgaba no sólo la calidad de vida de las personas, sino también la necesidad de compatibilizarla con el cuidado de la naturaleza; y la reivindicación de Emma Goldman por la libertad sexual de las mujeres y el uso de la anticoncepción como una forma de lucha contra la explotación obrera.

A pesar que sus ideas no tuvieron cabida en el pensamiento francés de la época, sí que tuvieron una notable repercusión y acogida en Australia y en Estados Unidos, donde incluso se llegó a crear una cátedra sobre ecofeminismo.

Un recorrido en clave crítica: enfoques y corrientes

Dentro del enfoque más esencialista, nos encontramos con diferentes corrientes: el ecofeminismo radical, de raíces anglosajonas y visión ginocéntrica, y otras dos corrientes con un fundamento más espiritual, ligadas a la Teología de la Liberación y a las cosmovisiones de los pueblos indígenas. Aunque cada una de ellas tiene sus rasgos definitorios, se pueden observar diferentes puntos en común.

Todas las corrientes reconocen la cercanía de la mujer a la naturaleza y, por ende, a las funciones reproductoras. Si bien es cierto que sólo la corriente radical lo enfoca desde un punto de vista biologicista, mientras que las demás corrientes asumen la construcción social de las diferencias entre mujeres y hombres. Este reconocimiento de las diferencias es el fundamento para la reivindicación de la igualdad. Es necesaria la identidad de grupo para la construcción de un proyecto político de emancipación (del artículo “Esencialismo, anti-esencialismo y feminismo”, de Lorena Parini).

La primera corriente se cataloga de esencialista porque uno de sus principios es que los atributos de hombres y mujeres son esenciales, y no construidos socialmente. Esta corriente supuso la búsqueda de la revalorización de las tareas típicamente femeninas y también el uso de los estereotipos como estrategia para luchar contra las desigualdades. La principal crítica que se le hace al ecofeminismo radical es el peligro que entraña esta reivindicación de los roles femeninos en base a las diferencias biológicas. Este planteamiento, que recupera el discurso patriarcal, afecta de manera negativa a la vindicación histórica de las mujeres por sus derechos y por la búsqueda de la igualdad de oportunidades, encerrando a las mujeres en sus cuerpos (en sus características anatómicas, biológicas y en sus funciones reproductoras) y relegándolas al ámbito doméstico para privarlas de los derechos de los que se pueden beneficiar en el ámbito público (Parini, mismo artículo). Además, según esta visión, el hombre sería la raíz de todo mal (Puleo, misma obra), debido a su carácter violento.

Aun así, algunos de los planteamientos de esta corriente siguen vigentes a día de hoy. Por ejemplo, la preocupación por los efectos sobre la salud de la píldora anticonceptiva y de la terapia de reemplazo hormonal durante la menopausia. O el abierto debate sobre si la revolución sexual de las mujeres ha sido absorbida por el patriarcado capitalista como otra forma más de consumismo y de opresión.

Frente a esta determinación biológica del ecofeminismo radical, las otras dos corrientes son esencialistas desde el punto de vista espiritual, y ven las diferencias como construcciones sociales fruto de la sociedad patriarcal.

Todas ellas ponen de manifiesto el desprecio del capitalismo patriarcal hacia la naturaleza, y la importancia del control de las mujeres sobre su propio cuerpo como vía hacia la igualdad; tal y como ya había teorizado Françoise d'Eaubonne.

Dentro del enfoque constructivista pueden distinguirse dos corrientes: el ecofeminismo liberal (que bebe del feminismo liberal y de la economía ambiental) y el ecofeminismo socialista (ligado a los movimientos sociales altermundistas, al ecologismo crítico y a la economía feminista). Existen diferencias clave en los planteamientos de las dos corrientes que forman parte de este enfoque. Aunque ambas se sustentan en la construcción social del sistema sexo-género como base para fundamentar las desigualdades entre hombres y mujeres, y tienen algunos puntos en común en cuanto a la búsqueda de responsabilidades de la crisis ecológica.

Algunas autoras, como Holland-Cunz o Warren, afirman que el ecofeminismo liberal no existe más que a nivel teórico, ya que el feminismo liberal tiene un pensamiento muy dualista (cultura/naturaleza) y su individualismo entra en conflicto con la ética ecológica, según la autora Hollanz-Cunz en su libro “Ecofeminismos”. Aunque sí admiten que algunas políticas públicas pueden ser catalogadas dentro de esta corriente. Sin embargo, la economía ambiental se ciñe bien a los principios del feminismo liberal, formando así un ecofeminismo que pretende la justicia ecológica y de género dentro de un sistema capitalista, que es de por sí injusto social y ecológicamente.

En cuanto al ecofeminismo socialista, es una corriente claramente anticapitalista y que explica con claridad las conexiones del sistema capitalista con el patriarcado, intentando crear conciencia crítica sobre la raíz de las desigualdades y de la crisis ecológica. La principal debilidad de este enfoque es su carácter eurocentrista e intelectual, que se intenta corregir a través de experiencias sororales internacionalistas, como los Foros Sociales Mundiales o la Marcha Mundial de Mujeres.

Puntos de unión

Todos y cada uno de los ecofeminismos que hemos perfilado en el apartado anterior tienen en cuenta, aunque esgrimen diferentes causas, que las mujeres están más cerca de la naturaleza y son poseedoras de cualidades y conocimientos muy específicos sobre el cuidado de la vida y del medioambiente. Con esta perspectiva, los diferentes enfoques intentan avanzar hacia un desarrollo alternativo, en el que las mujeres son sujetos de derechos y de cambio, no sólo a nivel medioambiental, sino también a nivel social e, incluso, personal.

Según este punto de vista, las mujeres son doblemente explotadas por el patriarcado capitalista, ya que están relegadas al ámbito privado y de la reproducción, y además velan por las relaciones de justicia entre la naturaleza y el ser humano, lo que dificulta la explotación productivista por parte del sistema. De esta forma, el ecofeminismo defiende, por un lado, el territorio-cuerpo femenino de la explotación patriarcal y, por otro, el territorio-tierra de la explotación capitalista; tal y como explica Lorena Cabnal en su artículo realizado para la publicación de ACSUR-Las Segovias “ Feminismos diversos: el feminismo comunitario”.

Un tema que abarcan todas las corrientes ecofeministas, y tiene mucho que ver con la defensa del territorio-cuerpo, es la reapropiación del cuerpo de la mujer como territorio de resistencia y la recuperación de su derecho a decidir sobre él, sin la injerencia de una legislación que viole su intimidad y, en muchos casos, ponga en peligro su salud.

Otro de los principios fundamentales es la idea de la necesidad de recuperar los valores que el patriarcado llama femeninos. Es decir, la construcción de un paradigma de desarrollo completamente alternativo teniendo en cuenta la justicia social y ecológica, deconstruyendo la economía de mercado que impera hoy en día y que es insostenible a todos los niveles. Vandana Shiva, a este respecto, reivindica el prakriti o “principio femenino” como fuente de toda vida, para construir la relación práctica de las mujeres con la naturaleza, extendida al ser humano en general, frente al modelo de desarrollo dominante “occidental, patriarcal y basado en una perspectiva reduccionista de la ciencia y de la tecnología al servicio del mercado mundial, tremendamente destructivo con las mujeres, la naturaleza y los pueblos no occidentales” (Cita de las autoras Braidotti, Charkiewicz, Häusler y Wieringa, en su artículo “Las mujeres, el medioambiente y el desarrollo sostenible”).

Otro punto en común que tienen todos los ecofeminismos es que tanto la mercantilización de la naturaleza, como el trabajo de las mujeres y de los pueblos empobrecidos han generado la acumulación de capitales en los países ricos y la explotación de los países no occidentales. Así, se plantea el cuestionamiento del sistema actual como viable y único posible, ya que las diferentes corrientes (exceptuando el ecofeminismo liberal, y tal vez el radical) abogan por la economía de subsistencia y por la soberanía alimentaria, así como por la emancipación de los pueblos, más acordes con un desarrollo enfocado en los derechos de las personas y de la naturaleza.

Vemos como existen muchos puntos en común entre el dominio y opresión de las mujeres y el dominio y explotación de la naturaleza, ya que el pensamiento patriarcal ha presentado siempre a las mujeres más cercanas a la naturaleza y a los hombres cercanos a la cultura, siendo esta considerada superior a la naturaleza, y por ende, a las mujeres inferiores a los hombres. Por tanto, el ecofeminismo materializa esos puntos comunes subyacentes entre los objetivos de los movimientos feministas y los ecologistas, hacia una visión alternativa de una sociedad más igualitaria; así nos lo cuenta Bina Agarwall en el libro Género, movimientos populares urbanos y medioambiente.

También existe una fuerte implicación del ecofeminismo con los movimientos sociales y políticos. En la mayoría de los casos, el ecofeminismo ha nacido de la práctica, y cuando no ha sido así enseguida se ha ligado a las luchas sociales (como en el caso de las ecofeministas del estado español, que surgen en su mayor parte del ámbito académico, pero están muy unidas a los movimientos ecologistas).

Pero el principio común más importante que tienen todos los enfoques y las corrientes ecofeministas es el objetivo final de todos y cada uno de ellos: salvar la vida en la tierra y acabar con la dominación del hombre sobre la mujer, del hombre privilegiado sobre el hombre empobrecido, y del hombre sobre la naturaleza, deconstruyendo las relaciones de poder desiguales y participando activamente en la creación de modelos de desarrollo alternativo que se basen en la economía de la igualdad y en una sociedad cuyo principio fundamental sea la justicia a todos los niveles, y todo ello teniendo en cuenta la diversidad de culturas y la solidaridad entre los pueblos.

Artículo publicado en Miradas por el desarrollo

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